Las lluvias torrenciales que azotaron el centro y oriente de México han dejado 80 personas muertas y 18 desaparecidas, según el reporte federal actualizado la noche de ayer. Veracruz, Hidalgo y Puebla concentran el mayor número de víctimas y daños en infraestructura.
El impacto humano y material del temporal refleja el colapso simultáneo de sistemas de drenaje, caminos y redes de emergencia que no resistieron la magnitud del fenómeno. Veracruz encabeza la tragedia con 35 decesos y 7 personas no localizadas. En Hidalgo, se reportan 22 muertes y 9 desaparecidos, mientras que en Puebla se contabilizan 22 fallecidos y 2 personas no localizadas. En Querétaro hubo una víctima y en San Luis Potosí no se registran decesos.
La destrucción en carreteras y comunidades rurales agrava la emergencia. En Veracruz, permanecen incomunicadas 23 de las 51 localidades afectadas por derrumbes, deslaves y daños viales. La Secretaría de Infraestructura, Comunicaciones y Transportes (SICT) reportó 53 incidencias en la red carretera estatal: 41 atendidas, 5 en proceso y 7 pendientes. En las labores participan 224 trabajadores y 237 máquinas distribuidas en 30 frentes de trabajo. Siete puentes permanecen colapsados o inutilizables.
En Hidalgo, la situación es aún más crítica: 60 localidades continúan sin comunicación de las 184 afectadas. La SICT registró 309 incidencias —72 atendidas, 157 en proceso y 80 pendientes—, con el despliegue de 385 trabajadores, 165 máquinas y 74 frentes de trabajo. Doce puentes permanecen dañados, lo que impide el acceso de ayuda a zonas serranas.
En Puebla, tres comunidades siguen aisladas de las 32 afectadas. Se reportaron 63 incidencias en caminos: 35 atendidas, 15 en proceso y 13 pendientes. En el operativo participan 182 trabajadores con 72 máquinas y 33 frentes de trabajo. Trece puentes presentan daños estructurales graves.
El saldo deja a la vista una realidad: el deterioro crónico de la infraestructura regional y la lentitud institucional para responder ante desastres previsibles. Las cifras no solo revelan la fuerza del clima, sino la vulnerabilidad acumulada por décadas de abandono presupuestal, planeación deficiente y políticas que priorizan la reacción sobre la prevención.

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