Un poema de identidad y pertenencia, nacido del corazón de un pueblo que, aunque pequeño en mapa, es inmenso en alma.
—¿De dónde eres?
—De un pueblito, que tal vez ni lo conozcas.
—¿Un pueblito?
—¿Sabes una cosa?
¡Con orgullo! Soy de un pueblito...
donde todo el mundo te saluda y te pregunta o te dice:
Adiós.
Buenos días.
Buenas tardes.
Buenas noches.
¿Cómo estás?
¡Tanto tiempo sin vernos!
¿Eres el hijo de…?
¿Qué es de ti, don…?
Con tu papá yo estudié.
Yo conozco a tu abuela.
A lo mejor no sabes, pero somos familia.
Soy de un pueblito
donde no hay nada,
pero lo tiene todo.
Donde la gente habla hasta por los codos,
y si no tienes una vida, te la inventan;
pero cuando uno necesita del otro,
siempre estamos ahí, siempre.
De un pueblito donde se indica el camino diciendo:
“al lado de la iglesia”,
“enfrente del campo”,
“a la vuelta de...”,
“aquí derecho hasta topar...”,
“a tres casas de donde vive doña...”,
“frente a la iglesia”.
De un pueblito donde la gente sale por las tardes,
y si te los encuentras, te quedas a platicar,
ya sea bajo la sombra o bajo el sol,
hasta en la misma calle.
Soy de un pueblito donde la riqueza
no se mide en oro, sino en tierra y manos.
Donde aún se cultiva maíz, calabaza y frijol.
Donde cualquier excusa es sinónimo de fiesta,
y aún sin fiesta, siempre hay un taco o un vaso de agua
esperando por ti.
De un pueblito donde se elabora el chocolate artesanal,
donde los tamales tienen un sabor que no se olvida,
y las tradiciones se encienden
como velas que nunca mueren.
¡Sí, mi gente!
Con orgullo digo:
¡¡SOY ORGULLOSAMENTE DE SANTIAGO ATZITZIHUACÁN, PUEBLA!!
Crédito: Anónimo(a)

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