Trabajar sin jefe, manejar tus propios horarios, ser “tu propio empleador”: para muchos, la economía de plataformas —también llamada gig economy o economía colaborativa— suena como un sueño hecho realidad. Aplicaciones como Uber, Rappi, Didi o Freelancer prometen independencia y flexibilidad total. Pero, ¿a qué costo?

RG Revista — La promesa de libertad laboral ha cautivado a millones en México. Sin embargo, detrás de ese discurso de autonomía se esconde una realidad más dura: inestabilidad, problemas de seguridad social y una creciente dependencia de los algoritmos que asignan tareas y fijan tarifas.

“Aquí eliges cuándo trabajas”, dicen las plataformas. Y técnicamente es cierto: los trabajadores pueden conectarse o desconectarse a voluntad. Pero la flexibilidad esconde un dilema: si no trabajas, no ganas, y si no cumples con las horas de alta demanda, los algoritmos te penalizan.

“Eres tu propio jefe... siempre y cuando obedezcas al algoritmo.”

La Organización Internacional del Trabajo (OIT) señala que más del 40 % de los trabajadores digitales en América Latina carecen de cobertura de seguridad social y beneficios básicos como vacaciones pagadas o seguro médico. Esta cifra se eleva aún más en el caso de los trabajadores de plataformas basadas en la localización, como los repartidores o conductores, donde la rotación y la informalidad son mayores.

Para muchos jóvenes, estudiantes o migrantes, las plataformas ofrecen un ingreso rápido o temporal. Pero para miles más, son la única opción disponible. Según el Banco Interamericano de Desarrollo (BID, 2024), más del 60 % de quienes trabajan en aplicaciones lo hacen por necesidad económica, no por elección de estilo de vida.

El lenguaje de las plataformas se ha diseñado cuidadosamente: llaman a sus empleados “colaboradores”, “socios” o “agentes independientes”. Esta terminología no es casual. Permite a las empresas evadir obligaciones laborales y deslindarse de responsabilidades frente a la ley.

El algoritmo es, en la práctica, el verdadero jefe. Decide quién recibe pedidos, quién gana más y quién queda “desconectado” por baja actividad. Los trabajadores no negocian directamente tarifas ni condiciones, y cualquier reclamo se enfrenta a sistemas automatizados.

“La autonomía prometida es, en realidad, una dependencia invisible.”

En 2021, un estudio de la ONU Cepal sobre plataformas digitales en América Latina concluyó que estas tecnologías tienden a reforzar la precarización laboral, especialmente entre mujeres y migrantes, quienes concentran gran parte de los empleos de reparto y entrega.

Los datos son contundentes. En países como México, Argentina y Chile, los migrantes representaban más del 70 % de los trabajadores de aplicaciones de entrega en 2021, según la OIT. Muchos enfrentan barreras lingüísticas, falta de documentación y dependencia total de estas plataformas para subsistir.

Esto genera una forma moderna de vulnerabilidad: trabajadores “independientes” pero subordinados, sin derecho a huelga, negociación colectiva ni estabilidad. La Comisión Interamericana de Derechos Humanos ha advertido que esta situación pone en riesgo los derechos laborales básicos y amplía las brechas de desigualdad digital.

El intento mexicano: regulación pionera o fracaso anunciado

Con más de 650 000 colaboradores, México se ha convertido en uno de los epicentros del trabajo por plataformas en la región. En abril de 2025 entró en vigor una reforma laboral que obliga a las empresas de reparto y transporte digital a proporcionar:

  • Contrato formal entre repartidor y plataforma.
  • Afiliación al seguro social y cobertura por accidentes.
  • Protección mínima para quienes generen al menos un salario mínimo mensual.

El esquema busca mantener la flexibilidad sin sacrificar derechos laborales. Aquellos que no alcancen ingresos equivalentes a un salario mínimo son considerados trabajadores independientes, pero con protección contra riesgos laborales.

Las reacciones han sido mixtas. Algunos repartidores celebran la posibilidad de acceder a servicios médicos y créditos; otros temen una reducción de ingresos por nuevos descuentos y trámites. Incluso algunas plataformas internacionales —como ocurrió con Deliveroo en España— amenazaron con abandonar el país por los costos adicionales que implica cumplir con la ley.

“Nos venden independencia, pero ahora que nos quieren proteger, nos llaman un gasto.”

España, California y Chile: tres modelos, un mismo dilema

El debate global sobre el estatus de los trabajadores de plataformas ya lleva varios años. En España, la Ley Rider (2021) reconoció a los repartidores como empleados formales, obligando a las plataformas a otorgarles seguridad social. En California, la Proposición 22 (2020) permitió a las empresas mantener el estatus de contratistas, aunque con beneficios parciales. En Chile, una ley reciente exige contratos y cobertura de salud sin eliminar la flexibilidad horaria.

América Latina observa con atención. Los gobiernos buscan equilibrar innovación con derechos laborales, pero las presiones de las plataformas tecnológicas y los vacíos legales dificultan el avance. Según la OIT (2023), menos del 20 % de los países de la región cuentan con normativas específicas para el trabajo en plataformas.

El gran debate gira en torno a la definición de “autonomía”. Si un trabajador depende del algoritmo para acceder a tareas, si no puede fijar tarifas ni negociar colectivamente, ¿sigue siendo su propio jefe?

El discurso de libertad laboral oculta una dependencia algorítmica inédita. No hay supervisores humanos, pero sí un control constante de datos, tiempos y desempeño.

La economía de plataformas no desaparecerá; al contrario, seguirá creciendo y diversificándose. Pero su sostenibilidad dependerá de algo más que eficiencia tecnológica: requerirá justicia laboral digital. Las reformas en México, España o Chile son pasos iniciales hacia un nuevo pacto social en la era del algoritmo.

“No hay patrón visible, pero sí un sistema invisible que decide quién come y quién no.”

El reto no es prohibir ni romantizar las plataformas, sino garantizar que quienes las hacen funcionar —los trabajadores— tengan un futuro digno y protegido. Porque la verdadera libertad no está en conectarse cuando se quiere, sino en poder desconectarse sin miedo a perderlo todo.

Y tú, ¿crees que la “economía colaborativa” es una revolución del trabajo o solo la precarización con otro nombre?

Fuentes: OIT (2023), BID (2024), ONU-Cepal (2022), Secretaría del Trabajo México (2025), Ley Rider España (2021), Proposición 22 California (2020).

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