Millones de jóvenes viven atrapados en una etiqueta que se ha vuelto tan popular como injusta: los “ninis”, aquellos que ni estudian ni trabajan. Durante años, se les ha señalado como apáticos, perezosos o desinteresados. Pero las cifras y las historias reales muestran otra cara del problema: más que una elección, muchas veces es una imposibilidad.

RG Revista — Según datos de la Organización Internacional del Trabajo (OIT) y la Cepal (2024), cerca del 23 % de los jóvenes latinoamericanos de entre 15 y 24 años no están ni en el sistema educativo ni en el laboral. En países como Guatemala, el abandono escolar supera el 60 % en este grupo de edad. México, 11%. En contraste, Chile, Perú y Bolivia muestran las tasas más bajas de deserción, aunque siguen enfrentando serios retos de inserción laboral juvenil.

Muchos jóvenes quieren estudiar o trabajar, pero simplemente no pueden hacerlo. Las razones son múltiples: pobreza, transporte deficiente, violencia, falta de recursos educativos o discriminación laboral. Los testimonios lo dejan claro.

El Banco Mundial advierte que más del 60 % de los jóvenes que abandonan sus estudios lo hacen por razones económicas. Muchos deben cuidar hermanos, contribuir a la economía familiar o cubrir gastos básicos.

La exclusión educativa y laboral juvenil está íntimamente conectada. Quien no logra terminar la secundaria tiene tres veces menos probabilidades de acceder a un trabajo formal, según la OIT. Pero incluso los que logran un título se enfrentan a un mercado saturado y desigual.

El problema no es solo la falta de trabajo, sino la calidad del mismo. En América Latina, más del 50 % de los jóvenes ocupados trabajan en la informalidad, sin seguridad social ni contrato. Muchos sobreviven en empleos temporales, mal pagados o en condiciones de explotación.

La pandemia de COVID-19 agravó la situación: millones de jóvenes dejaron de estudiar o perdieron sus empleos. Aunque las tasas de recuperación económica mejoraron en 2023-2024, el empleo juvenil sigue rezagado. La OIT calcula que la región necesitaría crear al menos 10 millones de empleos nuevos para absorber la actual demanda de jóvenes que buscan trabajo.

Las más afectadas son las mujeres

El fenómeno de los “ninis” tiene un rostro claramente femenino. Casi el 65 % de los jóvenes que no estudian ni trabajan en América Latina son mujeres, de acuerdo con la Cepal. La mayoría realiza tareas domésticas no remuneradas o cuida familiares, lo que las excluye del sistema educativo y laboral.

Esta doble carga —pobreza y desigualdad de género— perpetúa ciclos de exclusión difíciles de romper.

En algunos países, los programas sociales y becas educativas han mostrado resultados prometedores. En Brasil, el programa Jovem Aprendiz ha permitido a miles de jóvenes combinar estudio y trabajo. En México, la iniciativa Jóvenes Construyendo el Futuro ha alcanzado a más de 3 millones de beneficiarios desde 2019. Pero los expertos advierten que estos esfuerzos aún son insuficientes para revertir décadas de abandono.

Mientras algunos jóvenes encuentran refugio en la economía informal o en trabajos por plataformas digitales —como Uber Eats o Rappi—, otros se involucran en organizaciones comunitarias o emprendimientos sociales. A pesar de las dificultades, surgen iniciativas que buscan convertir la frustración en acción.

Sin embargo, sin políticas sostenidas de inclusión educativa, formación técnica y empleo digno, el riesgo es que toda una generación quede atrapada en la precariedad. “Si no invertimos en los jóvenes hoy, pagaremos el precio mañana”, advierte el economista chileno Andrés Ugalde.

El término “nini” simplifica una realidad compleja. Reduce a millones de jóvenes a una sola característica negativa, sin considerar las causas que los llevaron ahí:

Llamar nini a un joven es culparlo por un fracaso que no es individual, sino colectivo.

Por eso, más que etiquetar, urge entender. Los jóvenes necesitan oportunidades reales, educación accesible, empleo formal y políticas públicas que los integren. No son el problema: son el síntoma de un sistema desigual que aún no ha aprendido a incluirlos.

“Falta de acceso a la educación, malas políticas laborales, pobreza y exclusión: hay muchas más razones para ser un nini que la pereza.”

¿De verdad los jóvenes no quieren estudiar ni trabajar, o es el sistema el que no les permite hacerlo? Detrás de cada “nini” hay una historia de esfuerzo, frustración y esperanza. No se trata de juzgarlos, sino de ofrecerles un futuro posible.

La próxima vez que escuches a alguien decir “los jóvenes no quieren trabajar”, recuerda: quizás lo que falta no es voluntad, sino oportunidad.

Fuentes: OIT (2024), Cepal (2024), Banco Mundial (2023), Secretaría de Trabajo México, Programa Jovem Aprendiz (Brasil).

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