Si trabajas, probablemente estás pagando más impuestos que un millonario. Sí, aunque suene absurdo, en México —como en toda América Latina— los sistemas tributarios están diseñados de manera que el peso fiscal cae con más fuerza sobre quienes viven de su salario que sobre quienes viven del capital.

RG Revista — Los números son claros y el contraste es brutal: mientras los trabajadores formales destinan entre 28 % y 35 % de su ingreso al pago de impuestos directos e indirectos, las grandes fortunas tributan, en promedio, menos del 5 % de su riqueza acumulada. Y en algunos casos, ni siquiera eso.

Los economistas lo llaman un sistema regresivo: aquel en el que los más pobres pagan proporcionalmente más que los ricos. ¿La razón? La estructura tributaria latinoamericana se apoya principalmente en los impuestos indirectos, como el IVA (Impuesto al Valor Agregado), que se aplica por igual a todos, sin importar el nivel de ingreso.

Tomemos un ejemplo simple. Si en México una persona compra un teléfono de 600 dólares, está pagando un 16 % de IVA: unos 96 dólares en impuestos. Si el comprador gana el salario promedio, ese gasto representa casi una semana completa de ingresos. Pero si quien compra el mismo teléfono es uno de los hombres más ricos del país, paga exactamente los mismos 96 dólares. En términos proporcionales, el trabajador paga muchísimo más.

Los sistemas tributarios latinoamericanos castigan el consumo y el trabajo, pero protegen la riqueza.

Y no se trata de un fenómeno aislado. Según un informe del Banco Interamericano de Desarrollo (BID) de 2024, más del 50 % de la recaudación fiscal en América Latina proviene del consumo (IVA y otros impuestos indirectos), mientras que menos del 10 % proviene de impuestos al patrimonio, herencias o grandes capitales.

En la mayoría de los países latinoamericanos, los trabajadores pagan impuesto sobre la renta de manera automática: cada mes se les descuenta un porcentaje fijo de su salario. En cambio, las herencias, dividendos o ganancias de capital suelen estar subgravadas o exentas.

Por ejemplo, en Argentina, el impuesto a la herencia solo existe en una provincia. En México, las herencias no pagan impuesto federal. En Chile, las tasas son tan bajas que apenas afectan a los más acaudalados. En Colombia, un trabajador puede pagar hasta 35 % de su ingreso anual en impuestos, mientras que una persona que recibe una herencia millonaria puede no tributar nada.

En México, como en América Latina, los impuestos al trabajo son altos; los impuestos a la riqueza, casi inexistentes, OCDE (2023).

El resultado es un círculo vicioso: los asalariados tienen menos capacidad de ahorro, mientras que las élites económicas acumulan riqueza de generación en generación sin contribuir de forma proporcional al bienestar colectivo.

Paradójicamente, los sistemas fiscales de la región fomentan la acumulación pasiva de riqueza y penalizan la productividad. En términos simples: trabajar se grava, heredar no.

Según la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (Cepal), el 10 % más rico concentra más del 75 % de la riqueza total, pero apenas aporta el 20 % de los ingresos fiscales. En cambio, los sectores medios y bajos —los asalariados y consumidores— financian la mayor parte de los presupuestos públicos mediante el IVA y el impuesto sobre la renta.

La ausencia de impuestos significativos a las grandes fortunas no solo perpetúa la desigualdad, sino que limita la capacidad de los Estados para invertir en educación, salud y programas sociales. Menos recaudación progresiva significa más pobreza.

¿Por qué no se grava la riqueza?

Existen varias razones, y la mayoría son políticas. Las élites económicas tienen una enorme influencia sobre los gobiernos y los parlamentos. Las propuestas para crear o fortalecer impuestos al patrimonio o al traspaso de herencias suelen enfrentarse a un poderoso lobby empresarial que argumenta que estos impuestos “desincentivan la inversión” o “ahuyentan el capital”.

Sin embargo, la evidencia internacional demuestra lo contrario. En países de la OCDE, como Francia, Alemania o Noruega, los impuestos a las herencias y la riqueza no solo coexisten con economías sólidas, sino que contribuyen a financiar amplios sistemas de bienestar social. En promedio, esos países recaudan entre el 1 % y 2 % del PIB solo en impuestos a la riqueza. En América Latina, esa cifra no alcanza ni el 0.2 % del PIB.

Los gobiernos suelen presentar reformas tributarias como mecanismos para “aumentar la equidad”, pero en la práctica muchas terminan reforzando la desigualdad. Las deducciones a grandes empresas, los incentivos fiscales a inversionistas y la evasión generalizada hacen que la carga impositiva recaiga sobre quienes no pueden escapar: los trabajadores formales.

“Las élites no evaden impuestos: los diseñan”, escribió el economista uruguayo Gabriel Oddone, en alusión a cómo las reglas fiscales terminan favoreciendo a los sectores más ricos. En América Latina, se estima que la evasión del impuesto sobre la renta de las empresas y de los individuos más ricos equivale a más de 320 mil millones de dólares anuales.

En un continente donde el salario paga impuestos y la fortuna se hereda limpia, la desigualdad no es una consecuencia: es una política. La pregunta ya no es si el sistema tributario es injusto, sino cuánto tiempo más podrá sostenerse sin fracturarse.

Mientras las élites acumulan riqueza con una carga fiscal mínima, los trabajadores ven descontado cada mes un porcentaje que sostiene el Estado:

Trabajar es el verdadero impuesto a la riqueza.

En casos como el de México, con una carga fiscal excesiva, tal vez ha llegado el momento de replantear la ecuación: no se trata de castigar a quien tiene, sino de dejar de castigar a quien trabaja.

Fuentes: OCDE (2023), CEPAL (2024), BID (2024), Banco Mundial (2023), Secretarías de Hacienda de México, Argentina, Chile y Colombia.

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