Para ser rico tendrías que trabajar más de 90 años sin gastar un solo peso. Y ni así alcanzarías el nivel de los llamados súper ricos, ese grupo exclusivo de personas que acumula más de mil millones de dólares en patrimonio.

RG Revista — Según el banco suizo UBS, en el mundo existen actualmente unas 2,640 personas con esa fortuna, en un planeta habitado por más de 8,000 millones de personas.

Esto significa que apenas el 0.00003 % de la población mundial concentra una proporción descomunal de la riqueza global. Y esa brecha sigue ampliándose cada año, pese a los discursos de “igualdad de oportunidades” y “mérito individual”.

El relato del “rico hecho a sí mismo” sigue siendo uno de los más populares del capitalismo contemporáneo. Historias de emprendedores que empezaron con nada y hoy dirigen imperios son utilizadas como ejemplos de superación y motivación. Pero detrás de ese mito hay una realidad mucho menos romántica.

Según el World Inequality Lab (2024), más del 60 % de los multimillonarios del planeta provienen de familias que ya poseían grandes fortunas. Es decir, heredaron capital, contactos y educación privilegiada. En contraste, solo un pequeño porcentaje construyó su riqueza desde cero, y casi siempre con acceso a crédito, universidades de élite o entornos económicos favorables.

“El mérito individual existe, pero no florece sin suelo fértil: el privilegio es ese suelo.”

Mientras tanto, millones de personas trabajan largas jornadas con salarios estancados. En América Latina, el ingreso promedio real ha crecido apenas un 0.3 % anual en la última década, según la CEPAL. Eso significa que, aunque se trabaje más, la posibilidad de acumular riqueza es prácticamente nula.

La diferencia entre ricos y pobres no está solo en cuánto ganan, sino en cómo ganan y multiplican su dinero. Los ricos poseen activos que generan rentas pasivas —acciones, bienes raíces, fondos de inversión—, mientras que los trabajadores dependen exclusivamente de su salario. Y sobre ese salario pesan impuestos, inflación y deudas.

Una metáfora describe bien esta desigualdad estructural: los súper ricos viajan por una autopista de cuatro carriles, pavimentada por el sistema financiero y las exenciones fiscales, mientras la clase media y los pobres avanzan por una carretera vieja, llena de baches y peajes.

“Los ricos hacen que su dinero trabaje por ellos; los pobres trabajan por su dinero.” — Robert Kiyosaki

En la práctica, esto significa que el sistema económico premia el capital y castiga el trabajo. Quien ya tiene dinero puede invertirlo, obtener rendimientos y acumular más. Quien vive de su salario, apenas sobrevive. Así, la riqueza se multiplica en las manos de pocos y se erosiona en las de muchos.

Desigualdad extrema

De acuerdo con el informe “Desigualdad Global 2024” de Oxfam, el 1 % más rico del mundo concentra casi el 45 % de toda la riqueza. En América Latina, la situación es aún más grave: el 10 % más acaudalado posee más del 77 % del capital regional.

Esta brecha no solo es injusta, sino insostenible. Economistas del Banco Mundial advierten que la concentración excesiva de riqueza debilita la democracia, reduce la movilidad social y frena el crecimiento económico. En pocas palabras: los países desiguales crecen menos y se fracturan más.

Mientras los multimillonarios ven crecer sus fortunas durante crisis globales —como la pandemia o la inflación post-COVID—, millones de familias pierden poder adquisitivo y acceso a vivienda, salud o educación. El mérito, en este contexto, deja de ser una virtud y se convierte en un privilegio que pocos pueden ejercer.

Convertirse en parte del “club de los mil millones” no solo requiere talento o esfuerzo, sino acceso a una red de privilegios. Esto incluye:

  • Capital inicial heredado o acceso a crédito a gran escala.
  • Educación de élite y contactos políticos o empresariales.
  • Ventajas fiscales y estructuras financieras opacas.
  • Mercados concentrados donde pocos actores dominan los sectores clave.

En palabras de la economista francesa Gabriel Zucman, autora del libro La riqueza escondida de las naciones:

“El éxito económico de los ricos es inseparable del fracaso estructural de los sistemas fiscales que los protegen.”

La idea de que “todo se logra con esfuerzo” es una narrativa útil para mantener la esperanza, pero peligrosa si oculta las desigualdades reales. No todos parten desde el mismo punto de salida. Algunos heredan empresas; otros deudas. Algunos invierten; otros sobreviven.

El mérito sigue siendo valioso, pero sin justicia económica se vuelve un mito. La pregunta no es si los ricos trabajan duro —muchos lo hacen—, sino por qué los demás, trabajando igual o más, nunca alcanzan el mismo resultado.

En un mundo donde los salarios apenas crecen y la riqueza se hereda, tal vez la verdadera pregunta sea: ¿cuántos siglos tendrías que trabajar para entrar a un club que, desde el inicio, nunca te iba a dejar entrar?

Fuentes: UBS Global Wealth Report 2024, World Inequality Lab (2024), CEPAL (2023), Oxfam (2024), Banco Mundial (2023), Gabriel Zucman (2022).

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